miércoles, 19 de octubre de 2016

Hace 29 años caía asesinado Thomas Sankara, el Che Guevara africano

Burkina Faso comenzó esta semana a exhumar los restos del líder que fundó el país en 1984. Buscan esclarecer el complot que terminó con su vida, tras cuatro años de un gobierno totalmente revolucionario.
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Thomas Isidore Noël Sankara nació el 21 de diciembre de 1949 en lo que hoy es Burkina Faso, pero que en ese momento se llamaba Alto Volta, y era todavía una colonia francesa. Al terminar la escuela secundaria, comenzó a los 19 años una prolífica carrera militar, que estaría inextricablemente ligada a la política.
Apenas 14 años después, Sankara daba un golpe de Estado y asumía, por medio de las armas y de un enorme apoyo popular, el gobierno del país. En ese momento, ya era un símbolo en todo el continente.
Gracias a una combinación de histrionismo, carisma, arrojo y lucidez, y a su indiscutible talante revolucionario y contestatario, en todo el mundo se empezaba a hablar de el “Che Guevara africano”. Al igual que el guerrillero argentino, tuvo una muerte joven y trágica, signada por la traición de su gran compañero de armas.
A 28 años de su asesinato, y luego de que comenzaran los trabajos de exhumación de sus restos para develar el misterio sobre su final, Infobae entrevistó al escritor español Antonio Lozano, uno de los mayores estudiosos del líder burkinés. Como corolario de sus investigaciones, publicó en 2006 El caso Sankara (Ed. Almuzara), una novela que combina rigor histórico y ficción, para contar la apasionante trama de su vida y su muerte.
La construcción de un revolucionario
“Sankara quería ser médico, ésa era su vocación. Pero procedía de una familia pobre y la única forma de seguir estudiando era a través de la academia militar. Entonces ya tenía en su pensamiento una base cristiana, y en algún momento pareció que su destino era el sacerdocio, porque la Iglesia en África intentaba incorporar a los alumnos más inteligentes. Finalmente se inclinó por el Ejército, pero esa impronta cristiana siempre formó parte de su ideología”, cuenta Lozano.
“Sorprendentemente -continúa-, en esa época muchos de los profesores que se encontró en la academia eran de formación marxista, así que allí tuvo su primer contacto con esas ideas. Al terminar la primera instancia de los estudios, sus buenas calificaciones le permitieron seguir formándose como oficial del Ejército en Madagascar, un país que entonces estaba muy convulsionado por revueltas populares”.
Cuando regresó a Alto Volta, Sankara ya tenía un pensamiento consolidado y se había convencido de que era imperioso intervenir para transformar la realidad de su nación, que era una de las más pobres del planeta. Los mandos militares lo enviaron a la ciudad de Pô, donde comenzó su carrera militar y política. Primero, adoctrinando a los soldados que tenía a su cargo. Y segundo, trabajando con la población, ganándose el respeto y la admiración de los más pobres.
“Después fue a hacer un curso a Rabat, Marruecos, donde conoció a Blaise Compaoré, que se convirtió en su gran amigo y compañero de armas, con el que llevaría adelante su revolución. Cuando volvió a Alto Volta, participó de una breve guerra con Mali, en la que brilló por una incursión que hizo con sus hombres, y que lo volvió un personaje muy popular y reconocido por la población”, dice Lozano.
En 1981 ocupó su primer cargo público. El nuevo gobierno, surgido de un golpe de Estado, lo nombró secretario para la Información. Duró sólo seis meses en el puesto. Se fue dando una explosiva conferencia de prensa, en la que denunció el autoritarismo y los intentos de “amordazar al pueblo”. Ese gesto terminó de posicionarlo como la figura más popular del país.
En esos años había formado, junto a Compaoré y a otros miembros de las Fuerzas Armadas, la Agrupación de Oficiales Comunistas. Fueron ellos los que dieron el siguiente golpe: el 7 de noviembre de 1982 derrocaron al Gobierno y llevaron a la presidencia a Jean-Baptiste Ouédraogo. Sankara fue designado primer ministro en enero de 1983.
“Fue su verdadera primera incursión en política -dice el escritor. Muammar Khadafi (que gobernaba Libia y era entonces uno de los máximos referentes del socialismo árabe) lo invitó a su país y lo adoptó como líder revolucionario. En esa época, cada mitin que hacía en Alto Volta congregaba a miles de personas”.
“Pero -continúa- por las presiones de Francia y de la facción de derecha de la coalición gobernante, fue encarcelado. En ese momento se pusieron en marcha Compaoré y sus aliados, y Sankara terminó siendo liberado, con la ayuda de manifestaciones populares”.
El 4 de agosto de 1983 tomaron el Estado por las armas. Con sólo 33 años asumió la presidencia y así comenzó la Revolución Sankarista.
La fundación de un nuevo país
“Puso en marcha un proceso revolucionario absolutamente inaudito en el África de aquellos años. El 4 de agosto de 1984 cambió el nombre de Alto Volta por el de Burkina Faso, que significa ‘Patria de los hombres íntegros’, señal de que una de sus prioridades era la lucha contra la corrupción, mal endémico de los gobiernos africanos. Empezó él mismo dando el ejemplo: se mantuvo el sueldo de capitán del Ejército, vendió todos lo autos de lujo que estaban al servicio del Estado y adoptó como vehículo oficial al más barato del mercado, el Renault 5“, cuenta Lozano.
Redujo los salarios de todos los funcionarios públicos, prohibió el uso de chóferes y obligó a sus ministros a viajar en clase turista. Se dice que hasta se negó a instalar aire acondicionado en el despacho presidencial. Para limitar el nepotismo, impidió a sus familiares acceder a cargos estatales.
La austeridad con la que vivió hasta el último día de su vida es algo que nadie discute y que lo diferenció de cualquier otro mandatario africano. “Cuando murió -dice Lozano- las únicas posesiones que tenía eran una casa hipotecada y tres bicicletas. Su madre todavía era vendedora en un modesto puesto de especias en un mercado de Uagadugú, la capital”.
El segundo eje de su gestión fue el fortalecimiento de la educación y la cultura. “Logró que el índice de alfabetización pasara de 12 a 36% en un año, y que después siguiera subiendo gracias a las escuelas rurales que creó a lo largo del país”, dice el escritor.
También avanzó muchísimo en salud. Creó comandos de vacunación que en pocos meses lograron cubrir a la totalidad de los niños burkineses contra enfermedades infecciosas que estaban causando mucho daño.
Pero es difícil encontrar un campo en el que haya sido más revolucionario que en los derechos de la mujer, muy postergados en esa región del continente. “Fue el primero -continúa- en abolir la ablación femenina. Le dio una fuerza muy especial a la celebración del 8 de marzo, como día del mercado para los hombres, a los que invitaba a hacer las compras. Incorporó a mujeres en todos los ámbitos de la administración pública”.
Los cambios más polémicos se dieron en el plano económico. Impulsó un programa muy radical que, con éxitos y fracasos, generó malestar en algunos sectores de la sociedad y adhesiones en otros.
“Llevó a cabo una reforma agraria que redistribuyó la tierra, con reparto de abonos y de semillas a los campesinos, y la creación de pequeñas represas de agua. Así consiguió que Burkina Faso se convirtiera en uno de los pocos países de la región en adquirir la autosuficiencia en cereales, base de la alimentación popular”, cuenta Lozano.
“Puso en práctica un programa para potenciar la industria textil local. En sus discursos decía que había que vestir con prendas hechas en el país. Obtuvo grandes logros, aunque el país no pudo salir de su delicada situación, y siguió siendo el cuarto más pobre del mundo”, agrega.
Sankara estaba convencido de que para hacer realidad su programa de reformas debía tener “independencia económica”. Esta premisa lo llevó a enfrentarse con el sistema financiero internacional y con Francia, de la que Burkina Faso se había independizado en 1960, pero que aún conservaba una enorme influencia. El no pago a la deuda externa, que había sido contraída por los gobiernos anteriores, se convirtió en una de sus banderas.
“En su último gran discurso, que dio en septiembre de 1987 en el marco de la Asamblea General de la Unión Africana, defendió una vez más estas ideas y dijo que si lo dejaban solo en esa batalla, al año siguiente ya no estaría allí. Efectivamente, en el encuentro de 1988 ya no pudo estar”, dice el novelista.
Entre la revolución y la dictadura
Si bien nadie puede acusarlo de usar las riquezas del país para beneficio personal, y su gestión tuvo logros indiscutibles, que mejoraron la calidad de vida de la población, a Sankara le ocurrió lo mismo que a todos los revolucionarios comunistas: su gobierno se volvió cada vez más autoritario.
Entre otras medidas, prohibió la libertad de prensa y los sindicatos independientes, y reprimió toda forma de disidencia política. Nunca estuvo en su horizonte la posibilidad de habilitar elecciones libres.
“Es verdad que Sankara cometió errores importantes -reconoce Lozano. Por ejemplo, echó a la calle a entre 2.000 y 3.000 maestros por haber participado en una huelga. Fue un acto de autoritarismo, y un error antidemocrático, porque dejó sin profesores al país, y tuvo que sustituirlos por gente joven, de formación rápida e insuficiente”.
“La represión pasaba por los comités de defensa de la revolución, que tenían el objetivo de controlar que sus medidas llegaran a todos los rincones del país, y de controlar a quienes se oponían. Eso de por sí implicaba una cierta represión. En muchos casos, los comités utilizaron el poder que se les dio en su propio beneficio, y cometieron abusos. Fue una institución fallida, pero Sankara cometió el error de mantenerlos, porque consideraba que su papel era fundamental”, agrega.
Sankara se fue quedando solo. Si bien hasta el final mantuvo un importante apoyo popular, había abierto demasiados frentes dentro y fuera del país, y sus enemigos crecían en fuerza y en número.
“El final era algo que él mismo veía venir. En una entrevista concedida 15 días antes de su muerte a un periódico belga, cuando le preguntaron por un posible complot en su contra, dijo que el único capaz de matarlo, porque lo conocía mejor que nadie, era Blaise Compaoré. En su entorno le insistían una y otra vez para que terminara con él, porque era una amenaza. Pero su respuesta era siempre la misma: no podía hacerlo por la amistad que había entre ellos, eran como hermanos”, cuenta el escritor español.
Compaoré era el segundo hombre de la revolución. Fue vicepresidente y, en la última etapa, primer ministro. Pero no estaba de acuerdo con muchas de las políticas de Sankara. Especialmente, con las restricciones que había impuesto para los funcionarios públicos.
El 15 de octubre de 1987, un grupo armado ingresó en su despacho, mientras mantenía una reunión con los 12 integrantes del Consejo Nacional de la Revolución. Sankara, que en ese momento tenía 37 años, fue asesinado junto al resto de los asistentes.
Al mismo tiempo, Compaoré ejecutaba un golpe de Estado que lo convertiría en el nuevo presidente de Burkina Faso. Se mantuvo en el poder durante 27 años, hasta que una serie de revueltas lo obligaron a renunciar y a huir del país, en octubre de 2014.
“Nunca hubo una explicación oficial del asesinato. Las demandas de los familiares de Sankara fueron denegadas por las autoridades judiciales, bajo el pretexto de que el acta de defunción, que fue falsificada, decía que había muerto por causas naturales. Nunca se pudo probar quién lo mató, de dónde vino la orden. Pero todos saben que fue obra de Compaoré, con la complicidad de los servicios de inteligencia de Francia y Costa de Marfil”, dice Lozano.
“Compaoré quería el poder para disfrutarlo en su propio beneficio y en el de su familia. La excusa que dio para el golpe fue una deriva autoritaria, pero la represión durante su gobierno fue tremenda, con miles de muertos y encarcelados. El enriquecimiento de él y de su familia fue inmenso, y se convirtió en un dictador más entre otros de África“, agrega.
Actualmente hay en Burkina Faso un Gobierno de transición, a cargo de Michel Kafando, que inició una revisión del régimen de Compaoré, y que tiene la intención de esclarecer lo que ocurrió con Sankara.
“Se cree que lo enterraron en el cementerio de Dagnoën, al este de la capital. Es un lugar desangelado. Aunque otras teorías sostienen que en realidad no estaría ahí. Eso se develará con los trabajos de exhumación que se están realizando en el lugar desde el lunes pasado. Recién sacaron algunos restos humanos, pero aún no hay precisiones sobre a quién pertenecen”, cuenta Lozano.
“No se sabe lo que va a resultar de esto, pero lo positivo es que por fin se haya puesto en marcha este proceso que, esperemos, llegue al esclarecimiento de la verdad“, concluye.


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